sábado, 21 de septiembre de 2019

EL ABORTO

Martha Morales me ha pasado un testimonio de una enfermera que estuvo trabajando en una clinica abortista.
La lectura del articulo me ha dejado tocado. Me quedo sin palabras, no reacciono. Les aviso que leerlo te conmociona. Que Jesucristo y la Virgen Maria tengan en su regazo a todos estos niños.



 Una ex abortista narra lo que no dicen los libros
Martha Morales
La enfermera terapista Amaya Martínez Gómez, de Bilbao, dio su testimonio de cuando trabajó en una clínica para hacer abortos. Narra lo que los libros no cuentan y es lo siguiente: Cuando el bebé siente que algo pasa en su ambiente percibe que aumenta el latido cardiaco de su mamá y también aumenta el suyo por ansiedad.
A las madres que van a abortar se les prohíbe mirar el ecógrafo, porque se distingue a un bebé con vida. El ginecólogo se pone un mandil de carnicero para que los restos humanos no le salpiquen. Cuando un instrumento penetra en la vagina, el bebé se defiende, corre desesperadamente buscando un lugar donde esconderse, pero no lo halla. Se meten unos hierros cuya longitud y de grosor dependen del tamaño del bebé. Esos hierros desgarrarán el cráneo, pecho, tórax y demás; no es rápido. Luego se introduce una aspiradora que succiona con fuerza el resto del cuerpecito.
Los restos de los niños se echan al cubo, es como una fosa común, que luego se vacía a un triturador. Yo vaciaba el cubo con atención y vi un pie. Se lo dije a una compañera, y ella contestó: “¿Quieres seguir trabajando aquí?... Entonces eso no es un pie, es un coágulo”. Entonces me hice voluntariamente ciega a la realidad que veía, porque yo quería conservar mi trabajo.
La consecuencia es la destrucción de la mujer en todos los planos. El shock postaborto no puede sanar fácilmente porque las heridas son tan profundas se requieren terapeutas y confesores para curar. Mientras no hay sanación, la mujer se siente basura. Muchas madres relatan que estando a solas oyen llorar al que creen que es su hijo.
Hay mujeres que no encuentran la paz y consuelo porque no saben dónde están sus hijos. Y a eso se añaden los efectos biológicos y físicos: desgarros, infertilidad, frigidez. No han matado unos óvulos, han matado a una persona. Sólo hay uno que salva y sana almas, Jesús de Nazaret.
Yo anhelaba cambiar el mundo de las mujeres. ¿Cómo explicárselo a mi esposo si él no sabía lo que yo hacía? Me daba miedo la reputación. Me preguntaba: “¿Y si no vuelvo a encontrar otro trabajo? Ellos son poderosos y pueden bloquearme.”
Mi entendimiento y mi corazón se oscurecieron. Yo era como un muerto que no ve ni siente, me endurecí. Así caminé mucho tiempo. Mis jefes vieron mi talento y me dieron un cheque para poder estudiar fisioterapia. Me dieron una beca para estudiar en Barcelona. Saqué muchas matrículas de excelencia. Me creí Dios, yo había logrado sacar todo sola. Empecé a hacer alta montaña, me gustaba probarme. Me hice budista. Nadie sabía de dónde venía mi dolor. “Sólo tenía que desapegarme del sufrimiento”, me decían.
Me ofrecieron un trabajo en Nepal de un mes, ya que necesitaban a una persona con mis características, para hacer trabajo de rescatista y practicar como fisioterapeuta. Viajé para allá. Estaba en un cruce de calles y en eso pasaron dos Hermanas de la Caridad, Orden de Teresa de Calcuta. Una de ellas me pidió que fuera a una dirección determinada a las 6 a.m. Me entró curiosidad. Al día siguiente allí estaba yo. Vi a nueve Hermanas de la Caridad en oración. Y allí empieza la historia de amor más hermosa. Una voz masculina me dijo con ternura: “Bienvenida a casa. ¡Cuánto has tardado en amarme!”. Sentí un dolor inmenso, sólo podía llorar y pedir perdón. Sentí el dolor del Corazón de Jesús por mis pecados. Empecé a sentir que toda esa porquería se iba fuera. Sentí la redención sobre mí, cómo el Cordero de Dios me estaba perdonando. No resistí, me rendí al amor. Estas manos fueron lavadas con esa Sangre. Me dijo: “No importa nada lo que ha sucedido hasta ahora, importa lo que suceda de aquí en adelante, juntos, siempre juntos. Hay que regresar, te quiero allí, regresas llena de misericordia y de amor”.
Me quedé tres meses más en Nepal. Dios me invitó a caminar en la fidelidad. Ese es el puesto de guerra, mantenerse con Dios, en fidelidad. Y toca amar incondicionalmente a todos: a Dios y a los demás. Sólo les digo una última cosa: Que de México saldrá la luz de la verdad para el mundo entero. ¡Anímense!
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1 comentario:

  1. Estos artículos ayudan a pensar con más profundidad lo que hacemos y vemos, a discernir qué quiere el Señor de nosotros y a pedirle luces, como bien dices, frente al Sagrario, de preferencia, Mil gracias amigo.

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